miércoles, 1 de septiembre de 2010

Reto a Guillermo Escribano: El juego de la Dama

Imagen DamasArt

Esta fantástica historia nació de un reto que le propuse a su autor GUILLERMO ESCRIBANO. Le dije: ¿escribirías una historia erótica ficticia sobre la Dama de Elche? y he aquí lo que salió. A continuación hice la imagen para ilustrar su historia.

Después ha habido varios retos más (visítese su página)

El juego de la Dama (cuento ibérico) - Prólogo


El amor, a quien pintan ciego, es vidente y perspicaz

porque el amante ve cosas que el indiferente no ve

y por eso ama.

José Ortega y Gasset



Para DamasArt,

sacerdotisa ilicitana



PRÓLOGO



Este pequeño relato responde a un reto de mi amiga DamasArt, que acepté casi de inmediato. La idea de intentar recrear en mi imaginación un cuento que girase alrededor de la Dama de Elche, con los enigmas que todavía rodean su estudio, aun en la actualidad, no me podía dejar indiferente.

Hay más damas en España de la época ibera, entre los siglos V y IV antes de Cristo: La dama de Ibiza, la dama de Galera, la dama de Baza, la dama de Caudete, la dama del cerro de los Santos y las que todavía permanecerán en el subsuelo de la Iberia reconocida, la que va desde Cataluña, recorre todo el Levante y Sureste de la península y acaba en Jaén, más o menos a la altura de Porcuna. No sé cuantas damas hay actualmente, pero yo, al menos, conozco una y lo cierto es que prefiero el ajedrez al juego de las damas. En el tablero, otra cosa es la vida.

Bonito juego de damas el que me propone mi dama contemporánea; en dama se convierten las piezas que alcanzan las últimas casillas, y gozan de absoluta libertad para comer a su antojo, siguiendo las diagonales, hacia adelante o hacia atrás. Se comen a todos, uno por uno, sin dejar ni los restos; se comen hasta a los osados guerreros que osan dirigirle una mirada. Por cierto que el juego, basado en un tablero de ajedrez, data del 1.100 y viajó desde Valencia a Provenza antes de extenderse por el resto de Europa. Este juego fue matemáticamente resuelto por un software informático llamado Chinook, que concluyó que un juego perfecto de damas acaba siempre en tablas, como ya podría adivinar cualquiera: las guerras entre damas son las más crueles: Helena contra Afrodita, Aracne contra Atenea, etc…pero no nos vamos a entretener en esas disputas, ni las mitológicas, ni las de hoy. Contaremos dos historias en una: la soberbia de una diosa antigua y la piedad (egoísta como toda piedad) erótica de una sacerdotisa ante un condenado, que es quién nos cuenta lo que pasó.



Murcia, diciembre 2009





El juego de la Dama (cuento ibérico) - Capítulo I



Ese hombre viejo que estáis viendo, bajo el dintel de su choza, junto al río que rodea Helike ¹, es un contestano², llamado Talsku. Piensa en la que yace, bajo lágrimas en su espléndido mausoleo, coronada de rosas y con azahares a los pies; Sillibor, la sacerdotisa, y en el interlunio que no entienden los que no gozaron del placer de sus veintiocho noches satisfechas y radiantes amanecidas. La noticia se la han traído los viejos guerreros, sus antiguos compañeros, que conservan el poder de la mirada y que pasan a visitarle, compartiendo la leche de las cabras que Talsku ordeña para ellos. En el desprecio a su miserable vejez piensa en el tiempo en que tuvo vigor, elocuencia, belleza y destreza en el uso de la falcata. Así, hasta que de tanto evocar el pasado se adormece.



Ahora lo podéis ver hablando con ese griego entrometido que llaman Hecateo de Mileto. Se entienden en ibero, que los griegos han aprendido para el mercadeo franco de toda Contestana. Retiene el griego las palabras que grabará luego sobre tablillas de plomo para que la historia de Talsku llegue a todos nosotros:



Sillibor, la sacerdotisa, estaba vedada a la vista de los hombres jóvenes, si bien los valientes arrogantes como Talsku se atrevieron a ojear, de reojo, la piel hecha de jazmines y los ojos azules como el zafiro de La Dama. Eso fue en aquella noche de Agosto, cuando celebraban su victoria entre las fogatas de la noche. Ebrios de osadía también contemplaron la túnica azul de fino lino y la mantilla roja y, encima aún, el gran manto de tela arenosa que cubría su asombrosa y alta esbeltez. Los labios rojos dentro de su pálida tez insultaban las pupilas ladronas de aquellos jóvenes. Las ruedas que cubrían sus orejas colgaban de unas cadenitas sujetas a una tira de cuero que le ceñía la frente. Unos collares y coronas con esferitas y filigranas caían sobre su pecho.

Aquí el griego interrumpe la narración de Talsku y le dice que él ha visto los mismos atavíos en las sacerdotisas de Etruria y que cree que posiblemente la moda provenga de la antigua Jonia.

Sigue narrando nuestro amigo Talsku que, respondiendo a un gesto autoritario de la Dama, como llamaremos a Sillibor, los guardianes del templo prenden a los descarados y les cortan la cabeza, uno a uno, arrojando sus despojos a los perros que protegían el templo. A todos menos a mí, relata a los asombrados oídos del griego Hecateo. ¿Por qué me eligió a mí? Se pregunta todavía, y prosigue con su relato: fui llevado a una estancia, soleada, cegadora, tras el altar de piedra. Me arrancaron los ojos y los guardaron, supongo, en la copa donde un jugo desconocido espumeaba. La había visto antes y fue lo último que vi en mi agridulce existencia. Perdí el conocimiento y tras unos días, merced de los cuidados de unas esclavas que por su acento me parecieron de origen turdetano y una vez recuperado, fui conducido hasta la estancia de Sillibor.





Notas:

¹ Se sabe de un asentamiento ibero denominado Helike (en griego) y que los romanos llamaron Illici Augusta Colonia Julia. Cuando llegaron los árabes, situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido elche.



² De los pueblos prerromanos, se cree que eran de lengua íbera los siguientes: ausetanos (Vic, Girona), ilergetes (Lérida y Huesca hasta los Pirineos), indigetes (costa de Gerona), layetanos (Barcelona), cossetanos (Tarragona), ilercavones/ilergavones (Castellón y Tarragona), edetanos (Valencia, Castellón y Teruel), contestanos (Valencia, Elche, Cartagena y Albacete), bastetanos (Granada, Almería, Murcia y Albacete) y oretanos (Jaén, Ciudad Real y Albacete). Los túrdulos y turdetanos se consideran habitualmente como hablantes del tartesio



El juego de la Dama (cuento ibérico) - Capítulo II



Talsku y el griego de Mileto, están sentados junto al corral, en la trasera del cobertizo del ganado, cuando amanece una nueva jornada. Sorben unos cuencos de leche tibia, como la alfombra blanquecina dejada por la escarcha, que comienza a evaporarse. El ciego ha ordeñado una cabra y la leche les chorrea hasta la barbilla, mientras sostienen con la vista los rayos primerizos del sol. Caminan hacia la puerta de la choza y se sientan ante las brasas del fuego que muere. El viejo Talsku, toma de nuevo el hilo de su relato, ante la mirada indagatoria del de Mileto:



Antes de llevarme a la presencia de La Dama Sillibor, las esclavas turdetanas me lavaron y me rociaron con aceite de romero mezclado con esencia de espliego. Luego, dos de ellas me condujeron ante La Dama completamente desnudo. Sentí el olor de Sillibor, una esencia de ese arbusto que conocemos como dama de noche, lo que me causó una extraña turbación; a pesar de mi ceguera sabía que estábamos antes de mediodía y esa flor solo huele a partir del ocaso. Pensé que atesoraría alguna magia para conseguir ese y otros encantamientos. También sentí, muy cerca, su aliento y su presencia gigantesca: yo era un hombre alto y esbelto y ella me sobrepasaba en, al menos, una cabeza, o estaba subida en algún extraño artilugio. Esa noche pude comprobar que me sobrepasaba en algo más de una cabeza. No pronunció ni una palabra, me tocó primero mis testículos, sopesándolos, más tarde estrujó con una sola mano mis dos nalgas y finalmente me abrió la boca, escrudiñando, según supuse, toda mi dentadura y escupió dentro. Dos esclavas sujetaban firmemente mis brazos. Aquel mediodía no sucedió nada más. Oí el tintineo de sus joyas, alejándose. Me regresaron a mi celda y las turdetanas, entre risitas, me dijeron unas palabras en su dialecto. Entendí, más o menos, que la sacerdotisa me había elegido entre mis colegas muertos y había comprobado que la decisión era la adecuada. Por lo tanto, podía seguir con vida y debía estar contento por ello y por más cosas que vendrían. Me dieron de comer cordero, higos y leche de yegua. Luego me conminaron a dormir.



El fuego expira en ese momento, pero el sol ya calienta y la neblina ha desaparecido. Hecateo pide a nuestro amigo ibero que descanse de su narración. Da resuello al anciano al mismo tiempo que hace una especie de ejercicios de concentración y memorización de lo escuchado. Talsku no ve los gestos ridículos del griego. Parsimonioso, pero seguro, aprovecha para abrir la cerca del ganado y con un gruñido lo manda a los pastos, lejos del río, bajo la vigilancia de sus dos perros. Luego vuelve y dormita un buen rato. Despierta y mientras prepara el hogar apilando leña y soplando sobre un rescoldo, prosigue narrándonos:



De noche, fui masajeado, perfumado y acicalado de nuevo. Las risueñas esclavas me llevaron otra vez, desnudo, ante La Dama. Quise decir algo, e inmediatamente unas manos se posaron sobre mi boca. Era una de las esclavas. Olí de nuevo a Sillibor, su olor, ahora, de noche, era mucho más penetrante y quedé embriagado de aquel aroma. Oí que la despojaban de todas sus joyas, de su rueda, liberando las ligaduras de la cabeza, casi podía adivinar como cayeron su capa y todas sus tocas hasta el suelo. Cuando, según presentí y luego comprobé, se quedó como la crearon, se acercó hasta mí y me tomó de la mano. Me arrastró unos metros y superé unos escalones sin abandonar la estancia, lo que me hizo pensar que estábamos en un altar o algo así. Me soltó y se enfrentó a mí. Intenté hablar pero su poderosa mano me lo impidió. Me introdujo los dedos hasta el fondo de mi garganta y luego me pareció que se los chupaba. Sentí sus pechos cuando, tomándome del pescuezo con una mano, restregó mi cara contra ellos. Con la otra mano apuntalaba sus pezones que me introducía luego dentro de la boca. Entonces me entregué a un delirio indescriptible y mi pene creció y creció, desapareciendo todos mis miedos ante ese instante que me permitía respirar la libertad de acción de la que parecía que había sido despojado.

Creo que en aquel momento abandonaron la estancia casi todas la esclavas, todas menos dos, siempre prestas a sujetarme los brazos o colocarme en la postura más al gusto de La Dama. Primero cogió mi mano derecha y metió, primero un dedo, luego dos y finalmente la mano entera en su húmeda bodega, me tomó como a un niño y me dejó sintiendo el frío de la piedra a mi espalda. Yo había perdido la noción de todo y me dejaba hacer ante sus poderosos ademanes. Los ecos de su respiración, acelerándose por momentos, resonaban en toda la estancia. En ese momento subió hasta mi cara y libé su gusanillo, tragando con delectación la miel de azahar con que las esclavas la habían pincelado. En esos momentos yo era un juguete más en sus manos: un objeto como aquel falo de bronce, que untado en aceite, utilizaban las dos esclavas que acompañaban nuestro baile sacramental.



El viejo, en este instante, sufre un violento golpe de tos y no puede seguir. Hecateo el griego le ayuda acercándole un cazo con agua fresca y le da una palmadita en la espalda: tranquilo, viejo, comamos y descansemos, dice, y se dispone a preparar algo que comer. El viejo Talsku queda expectorante, nosotros expectantes ante la continuación de su narración.



El juego de la Dama (cuento ibérico) - Capítulo III (y último)



Tenemos al anciano Talsku y al recolector de historias, Hecateo de Mileto, de nuevo juntos. Han hecho una comida frugal. Habas con un cocido de almendras y frutas regadas con miel. Sigue viejo y prosigue la historia, en dos noches, con el cambio de estación, mi nave tiene que partir, quiero saberlo todo; de aquí hasta la costa tengo media jornada. Dice presuroso el griego.

Talsku, con una cansera displicente sigue con su relato:



Mientras dos de las esclavas me sujetaban los brazos para impedirme algún gesto imprudente, la Dama me montó, y movió sus caderas parsimoniosamente, mientras recitaba una salmodia, en una lengua extrañísima, pero que recuerdo con claridad pues la repitió las veintiocho veces que me montó, las veintiocho noches que jugó con mi cuerpo. Decía lo siguiente:



«Innana miró a su alrededor, espantada;

Entonces, la mujer, a causa de su vagina, ¡cuánto mal hizo!

Innana, a causa de su vagina, ¡lo que hizo!

Todos los pozos del país los llenó de sangre;

Todos los bosquecillos y los jardines del país, ella los saturó de sangre.

Pero al que había abusado de ella no lo encontró

Dirigió sus pasos hacia sus hermanos, los de la cabeza negra.

Y la mujer jamás lo encontró en medio de esos países.» ³



En ese momento, Hecateo de Mileto, corta la narración de Talsku. ¡Para, para, viejo y escucha!, le dice; ahora comprendo parte del misterio de tu Sillibor, y voy a contarte otra historia:



Contaba el gran Homero que había oído que, en unos tiempos tan antiguos que hasta el mismo dios Cronos ha olvidado, y en la región Acadia, dos grandes ríos ⁴ forjaron valles y lechos de sabiduría. Allí, donde los hombres vivían en dulce armonía, un mortal sorprendió a una diosa que dormitaba bajo un árbol, mecida por la melodía que entonaba ese joven pastor con su flauta. Cuando la diosa cayó dormida por completo, el joven la violó. Ella, vengativa, azotó la zona con el diluvio, y persiguió a todos los jóvenes del lugar asesinándolos sin piedad, convirtió en sangre todos los ríos, pero fracasó en su intento de encontrar al violador. El consejo del padre de Sukallituda, que es el nombre del osado amante de la diosa, está contenido en los dos últimos versos. El escribano que lo grabó dibujó asimismo en otro sello a la misma diosa⁵. Sukallituda huyó con el sello y viajó, expiando su culpa y creando templos por la región de Jonia, desde donde los ritos que instruyó llegaron a la región de Etruria y desde allí hasta aquí mismo; la misma Iberia. Tu Sillibor no es más que una sacerdotisa del rito cíclico de la diosa violada, la historia de la ira más antigua que se conoce. Siempre se salva un hombre de la matanza, que has sido tú, y otras sacerdotisas seguirán hasta la eternidad. Y ahora, anciano amigo, cuenta el fin de tu historia.



Talsku, asombrado de lo acaba de escuchar, ve la luminosa verdad, a pesar de su ceguera, y encuentra sentido a sus días en este mundo. Sonríe, agradecido y satisfecho y nos sigue contando:



Despues del éxtasis que disfrutamos tras el rezo de la Dama, queda ya poco por contar, veintiocho noches se sucedieron donde Sillibor usó de mí a su antojo y luego, el amanecer del último día fui retirado por la guardia real y conducido a esta choza. La sacerdotisa me regaló una de sus esclavas, que acompañó dulce y amorosamente mis días hasta hace ocho inviernos, cuando murió de un extraño trastorno. Desde entonces no he tenido más compañía que mis perros y mis cabras. También las visitas de algunos, ya muy pocos, amigos que de vez en cuando me han traído noticias del lugar al que no he vuelto desde entonces. Ven, griego, quiero enseñarte la tumba donde yacen los restos de mi esposa, la dulce Vrchatetel, la cavé sin más herramienta que mis manos.



Ahora podemos observar a ambos hombres, el viejo apoyando su brazo sobre los hombros del griego amigo, caminar hacia una pequeña umbría.



Murcia, el 31 de Diciembre de 2009





Notas

³ Hemos utilizado la transcripción del propio texto que más tarde hizo al griego el mismo Hecateo de Mileto, porque resulta imposible encontrar los símbolos que representen los matices fonéticos del canto de Talsku. Tengamos en cuenta que el origen de los vocablos es de 8.000 años A.C.



⁴Hecateo se refiere a Los ríos Tigris y Eufrátes, y a la región conocida como Sumer (Babilonia después) y la civilización sumeria, la primera que dejo testimonio escrito, en unas tablillas y cilindros de barro. La cuna de la escritura, varios miles de años antes que las civilizaciones del Nilo. Por decirlo como titula Kramer el arqueólogo su libro: “la historia empieza en Sumer”.



⁵ Un sello cilíndrico de una escena mitológica que se conserva en el Louvre, representa a una mujer abierta de piernas y en cuclillas, que está dando a luz a otra figura inferior, pero es un hombre de mayor tamaño que ella. También se tradujo una pieza, encontrada junto a este, en tabilla de barro. Es un poema: el que Talsku recita de memoria.


TEXTO DE GUILLERMO ESCRIBANO